viernes, 22 de junio de 2007


Es sencillo, mujer, aún prefiero
tu terca desnudez,
tu espalda al beso vivo,
la cicatriz ferviente del suspiro,
la ambigüedad caliente de tus manos,
el dolor deseado.

Aún prefiero sangrar esta obsecuencia,
despuntar el milagro de encontrarte
premeditando juntos la inclemencia
de muslos y deshoras.
Gestando esa avalancha decorosa
de confesiones ciertas y fugaces,
a escasa voz,
a todo amor.
Morir hacia vos,
entre el comienzo del adiós y el fin del cuerpo.

Aún prefiero quererte sin variantes,
llegar hasta tu sed,
saciarte el alma,
confiarte mi dolor más diminuto,
hurgar tu corazón sin prevenciones.

Es sencillo, mujer, amor me obliga
a dar este matiz de preferencias,
amén de a veces preferir tu olvido,
como un instinto de supervivencia

Andrés Eduardo Pierucci, Preferencia


Que duela, aun inevitable y deseado que sea absurdo e incluso cruel. Que levante un huracán a su paso, que destruya las defensas, que desdeñe al rechazo. Que cubra de incertidumbre lo planeado, que revuelva el orden y se burle de lo establecido. Que ría cuando le rodee el miedo, que no evite el riesgo, que hable sin tapujos, que se desnude, inocente, impúdico, sin presunción, con la dulzura natural de aquel que se entrega, dueño consciente de su único dueño, sin dudarlo.

Buenas noches...





2 comentarios:

Blues dijo...

EL BAR DE SIEMPRE.

Ocurre pocas veces,
apenas en la noche del eco tormentoso
o en el amanecer de luz dañada
como en la oscuridad
y más nocturna.
El humo de mis huellas
se apodera del tiempo, de mi tiempo
envuelve las arañas melancólicas
de los ojos cansados,
sube por las paredes de un sueño mal vivido,
y se llena de voces,
de sillas descoladas y melodías sucias
igual que ceniceros,
igual que un pasadizo
a medio consumir,
hasta que mi conciencia
consigue recordarme
un invierno de nubes primitivas,
como si fuera el bar de siempre.
Por detrás de la barra,
los camareros juegan a las sombras.
De todos los lugares del pasado
la memoria prefiere,
en ese amanecer o en esa noche,
el rincón donde viven
los antiguos, inútiles futuros,
y me levanto de la mesa
de los buenos amigos
para abrazarme a lo que ya no existe,
para darle la mano a los remordimientos,
para cruzar por las conversaciones
donde se habla de mí,
de la parte más negra del infierno que soy,
de las mentiras de mi nombre,
de mi violencia
y mis asesinatos.
Cuando llego a la barra,
después de haber surgido del recuerdo
como puede surgir una serpiente
por la historia vacía de su piel,
alguien cambia de música,
una canción de amor,
y la mujer que sabe de la niebla
me descubre las turbias hazañas de mi vida,
sin esfuerzo ninguno
para ser convincente.
Pero no le hace falta. Igual que a los demás,
ha venido a creérmela,
y le digo que sí, que estaba yo también
en el lugar del crimen, de mi crimen,
justo detrás de ella.

Pude ver con mis ojos
las heridas firmadas por mi mano.
Ocurre pocas veces.
Son ojos más nocturnos que la noche.
La verdad es que suelo
abrir las ventanas
para que corra el aire,
y persigo la luz, cuando ella puede
tener de hospitalario,
y más que mis certezas
valoro un contrapunto de nostalgia,
esa debilidad del corazón
que confía en nosotros.

Luis García Montero.

a millas de la nebulosa dijo...

ME ENCANTOOOOOO!!!!
es sencillamente excelente! (L)