jueves, 18 de octubre de 2007


Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.

Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!

Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?

Y, sin embargo —esto es un don—, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

Claudio Rodríguez I (de "Don de la ebriedad")



Mientras espero, se muestra frente a mí, abierta, silenciosa, invitadora, como una página en blanco en la que esbozar mis sueños o curar mis miedos, o llenar mis vacíos, o volcar mis deseos. Abierta e incitante, tentándome a rozarla y hacerla vivir, a sacarla de su inmovilidad callada, a diseñar sobre su piel mil planes, a mojarla con el agua de mil secretos, a acariciarla con los dedos de mil palabras. Abierta e incitante, y sin embargo, tan lejana, tan distante, replegándose en ausencias, escondiéndose en sonrisas, rechazando mi mano, mientras se filtra, invasora venenosa en mi sangre, dulce tóxico en mis venas, luminosa llamada en plena noche, oscuro hechizo en la mañana, a los que es imposible resistirse.

Buenas noches.


Banda sonora para los que esperan:









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