domingo, 12 de agosto de 2007



Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje
rozado por la yema de los dedos,
son el mejor recuerdo de unos días
conocidos sin prisa, sin hacerse notar,
igual que amigos tímidos.

Fue la tarde anterior a la tormenta,
con truenos en el cielo.
Tú apareciste en el jardín, secreta,
vestida de otro tiempo,
con una extravagante manera de quererme,
jugando a ser el viento de un armario,
la luz en seda negra
y medias de cristal,
tan abrazadas
a tus muslos con fuerza,
con esa oscura fuerza que tuvieron
sus dueños en la vida.

Bajo el color confuso de las flores salvajes,
inesperadamente me ofrecías
tu memoria de labios entreabiertos,
unas ropas difíciles, y el rayo
apenas vislumbrado de la carne,
como fuego lunático,
como llama de almendro donde puse
la mano sin dudarlo.
Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros,
de las primeras gotas en los árboles.

Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje, de vello traspasado,
su resistencia elástica
vencida con el paso de los años,
vuelven a ser verdad, oleaje en el tacto,
arena humedecida entre las manos,
cuando otra vez, aquí, de pensamiento,
me abandono en la dura solución de tus ingles
y dejo de escribir
para llamarte.

Luis García Montero, Recuerdo de una tarde



La piel tiene una memoria que no borra el tiempo ni la distancia; la piel guarda recuerdos y los hace florecer inesperada, súbitamente, reviviendo, reavivando lo que un día, una noche decidimos enterrar. La piel se despierta ante el recuerdo como ante un repentino frío por la espalda, como ante un roce febril en la nuca, como ante un beso abrasador en la boca. La piel se despereza de su desmemoria, abriendo la puerta a otras imágenes, a otras voces, a otros sueños que se escondían, que se escapaban. La piel, una vez alerta, sólo consigue descansar de nuevo teniendo a su lado aquello , a aquel que la despertó de su olvido.

Duerman, sueñen y no olviden.. buenas noches.

Banda sonora de domingo:




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