martes, 24 de julio de 2007




Trajo el amor su cola de dolores,
su largo rayo estático de espinas
y cerramos los ojos porque nada,
porque ninguna herida nos separe.

No es culpa de tus ojos este llanto:
tus manos no clavaron esta espada:
no buscaron tus pies este camino:
llegó a tu corazón la miel sombría.

Cuando el amor como una inmensa ola
nos estrelló contra la piedra dura,
nos amasó con una sola harina,

cayó el dolor sobre otro dulce rostro
y así en la luz de la estación abierta
se consagró la primavera herida.

Pablo Neruda, Soneto LXI
(de "Cien sonetos de amor - Tarde")


Nació sin culpa y sin memoria, no cometió más pecado de crecer sin respetar límites, ni obedecer leyes, ni admitir obstáculos; no sabe ser menos imprudente, ni conoce la palabra imposible; se escapa para seguir soñando sin testigos; se refugia en luminosas visiones que sólo existen en sus ojos; se estremece ante lo inmenso de su deseo, se ofrece sin preguntas a su destino, se diluye en lágrimas ante el silencio y el reproche, se hace fuerte en los brazos invisibles, a veces tiernos, a veces fríos, siempre abiertos de la noche. Y se enrosca, insistente, mimoso, infantilmente seductor, sabiamente inconsciente, inocentemente maduro, en los dedos intrigados que lo buscan y que lo descubren...

Buenas noches.




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