viernes, 7 de marzo de 2008





No estés lejos de mí un solo día, porque cómo,
porque, no sé decirlo, es largo el día,
y te estaré esperando como en las estaciones
cuando en alguna parte se durmieron los trenes.

No te vayas por una hora porque entonces
en esa hora se juntan las gotas del desvelo
y tal vez todo el humo que anda buscando casa
venga a matar aún mi corazón perdido.

Ay, que no se quebrante tu silueta en la arena,
ay que no vuelen tus párpados en la ausencia:
no te vayas por un minuto, bienamada,

porque en ese minuto te habrás ido tan lejos
que yo cruzaré toda la tierra preguntando
si volverás o si me dejarás muriendo.

Pablo Neruda, Soneto XLV
("Cien sonetos de amor - Mediodía")






Tiempo, tiempo en mis manos, tiempo dormido en mi regazo. Tiempo hecho de frágiles volutas, de inestables, lentas ráfagas apenas perceptibles, de instantes infinitos que llegan con silencioso, furtivo paso. Tiempo de acero irrompible, sólido como pared de roca; tiempo implacable, firme conductor de ritmo invariable y tenaz; tiempo de enloquecedora pereza, de interminable tic-tac en un reloj que no avanza. Tiempo, enemigo de del placer, acosador de la paciencia, destructor del deseo, adormecedor de la palabra, obstáculo insalvable para la sonrisa.

Tiempo, jugador tramposo, tornándose volátil y efímero en sus caprichosos vaivenes; tiempo incoherente, absurdo, prestidigitador con indescifrables trucos de misterio y magia, convirtiendo las horas en veloces segundos, llevándote más lejos cuanto más me acerco a ti.

Buenas noches...





Banda sonora que cronometra los minutos, los segundos, las décimas que nos separan...













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