miércoles, 1 de agosto de 2007




Tengo que hablaros de ella.
La que suscita fuentes en el día,
la que puebla de mármoles la noche.
Es el mismo reposo el que respira
en su callada vena;
la huella de su pie
es el centro visible de la tierra,
la frontera del mundo,
sitio sutil, encadenado y libre;
discípula de pájaros y nubes
hace girar al cielo;
su voz, alba terrestre,
nos anuncia el rescate de las aguas,
el regreso del fuego,
la vuelta de la espiga,
las primeras palabras de los árboles,
la blanca monarquía de las alas.

No vio nacer al mundo,
mas se enciende su sangre cada noche
con la sangre nocturna de las cosas
y en su latir reanuda
el son de las mareas
que alzan las orillas del planeta,
un pasado de agua y de silencio
y las primeras formas de la materia fértil.

Tengo que hablaros de ella:
de un metal escondido,
de una hierba sedienta,
del silencio compacto de un arbusto;
del ímpetu invisible
que hace crecer las cosas,
de lo que sólo vive
como sangre y aliento.
Del silencio del mundo,
del tumulto del mundo.

Tengo que hablaros de ella…
Un día seré digno
y mis labios dirán
esta noble ignorancia,
esta fresca costumbre
de ser simple tormenta, rama tierna.

Octavio Paz, II (de "Bajo su clara sombra")

Hay siempre en la memoria alguna imagen imborrable y que se presenta de pronto, sin presentaciones ni preámbulos, sin avisos ni aspavientos; una imagen tan familiar como desconocida, quizá una parte del pasado que hemos enterrado con el tiempo y la prudencia, quizá una imagen que sólo es real en nuestros sueños, en los escondidos recovecos del deseo más íntimo; quizá una imagen compartida y esperada, mil veces ensayada, pedacito oculto de nuestra más secreta conciencia, una imagen futura tan abrumadora en su verdad como lejana en su llegada... la mirada ardiente, la sonrisa adivinada, el gesto tierno, la piel ofrecida, el cuerpo incitante, la invitación, tan sutil, tan embriagadora, tan irresistible, a convertir imagen irreal en recuerdo, en tatuaje indeleble, en palpable realidad que nos complete...

Buenas noches...



2 comentarios:

juan de mairena dijo...

Se supera su merced.
Para mañana no se moleste en buscar la foto, cuelgue un velo negro o... directamente, apague la luz.
¡Brase visto!

Sofía dijo...

A mí me gusta. Me gusta siempre, oscura o luminosa. A decir verdad, me gusta demasiado porque, a causa de ello, me aparto a un lado, aun sabiendo que no es ni por asomo el propósito de quien deja las huellas extendidas ante mis ojos.

La intimidad que destila cada retazo de mapa me invita más al recogimiento que a las palabras. Verborrágica como soy por naturaleza, aquí siento que todo lo que diga no hace sino empañar algo que está limpio de contaminación.

Eso y los ecos de las guerras que arrastro. ¿Cómo dejar aquí estampada la huella de mi ira? Sería como utilizar vitelas para hacer garabatos, casi sacrílego.

Sin embargo, hago ahora un alto en la tarea, y vengo aquí, sólo aquí, a recuperar el aliento. Abro esta ventana cuando necesito paz, a modo de nana para recuperar la serenidad suficiente que me permita dormir mi siesta... y seguir.

Gracias, Exilio. Tengo cosas que contarte (buenas y regulares, no tristezas), pero no aquí ni ahora. Ni siquiera sé bien cuando o donde en este azogue que llevo... pero algún remanso encontraré, sin prisas, para poder reírnos juntas.