Trajo el amor su cola de dolores,
su largo rayo estático de espinas
y cerramos los ojos porque nada,
porque ninguna herida nos separe.
No es culpa de tus ojos este llanto:
tus manos no clavaron esta espada:
no buscaron tus pies este camino:
llegó a tu corazón la miel sombría.
Cuando el amor como una inmensa ola
nos estrelló contra la piedra dura,
nos amasó con una sola harina,
y así en la luz de la estación abierta
se consagró la primavera herida.
Pablo Neruda, Soneto LXI
(de "Cien sonetos de amor - Tarde")
Nació sin culpa y sin memoria, no cometió más pecado de crecer sin respetar límites, ni obedecer leyes, ni admitir obstáculos; no sabe ser menos imprudente, ni conoce la palabra imposible; se escapa para seguir soñando sin testigos; se refugia en luminosas visiones que sólo existen en sus ojos; se estremece ante lo inmenso de su deseo, se ofrece sin preguntas a su destino, se diluye en lágrimas ante el silencio y el reproche, se hace fuerte en los brazos invisibles, a veces tiernos, a veces fríos, siempre abiertos de la noche. Y se enrosca, insistente, mimoso, infantilmente seductor, sabiamente inconsciente, inocentemente maduro, en los dedos intrigados que lo buscan y que lo descubren...
Buenas noches.
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