Naciste desde el fondo de la noche,
del sueño donde el tiempo comienza a ser raíz
y la mirada sólo tibio aire,
cuándo aún no era ojo, sino apenas un viento suave,
un aroma erigido sin mano que lo toque.
Eras la flor ahogada flotando sobre el cuerpo
en nuestro amanecer hacia la luz;
destrozabas la noche con tus ojos,
hundida en mi desnudo
tal un vivo rumor de brisa que al oído
volcara la virtud de su marea,
y mi aliento en tu savia navegaba,
y tu voz en mi pulso se moría
como sombra de ave agonizante,
transformando mi cuerpo en sueño tuyo,
en vivo espejo abandonado
o silencio que cruza los espacios.
Tiempo que se estanca, incapaz de avanzar, desesperantemente detenido en el mismo día, repetido, incansable, insoportable; tiempo que se eterniza en horas, que se duplica en minutos, que se expande, infinito, en segundos; tiempo en movimiento imperceptible, jugando, cruel, con unas saetas que se convierten, entre sus dedos, en dardos envenenados, esparciendo, rebelde, caprichoso, la arena del reloj que marcaría el ritmo normal de su paso y que se queda en suspenso en sus manos; revolviendo, desordenando, arrasando, sin un gesto, imperturbable, inmóvil, cada noche, cada madrugada, haciéndolas insomnes, obligándome a esperar mientras, allá lejos, amanece...
Buenas noches...
2 comentarios:
Mientas en algún lugar esté amaneciendo... ¡Qué importa todo lo demás! También nos acabará alcanzando la luz del sol.
EL TEMBLOR.
La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz,
bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.
Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.
Bebo, te bebo
en las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,
mientras tu propia lengua me recorre
y baja,
retráctil y prensil, como la lengua
oscura de la lluvia.
La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta.
José Ángel Valente.
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